Desde que
apareciera el último número de 60 Burras hasta hoy, es decir en poco más de 13
años, se ha resuelto por fin uno de los más complicados enigmas con que se ha
enfrentado la civilización moderna y en especial los lingüistas contemporáneos:
la procedencia de la lengua burriana y su posible
entroncamiento con el idioma del hombre de Urmss, el Urmita, como origen del burriano,
dado que muy posiblemente aquella se perdió casi totalmente con la invasión del
hombre de Ohims en la época resaquense
(5.000 años antes de Bolingueitor). No obstante se
estima como probable la perduración de ciertos vocablos procedentes de esa
lengua que, como se sabe, era fundamentalmente espectoral
y esfintérea o glutural
(del glúteo y o gutural de la garganta como algunos lingüistas han creído ver).
También se ha descubierto, aparte de las tres consonantes y las dos vocales
utilizadas en el urmita, una cuarta consonante
oclusiva bilabial emitida por el chocho y que tendría similitud con la
"q" latina.
Más importante si cabe ha sido el descubrimiento de la
génesis del burriano, predecesor directo de la lengua
bolinga, a tenor de las investigaciones realizadas en
su huída del hombre de Ohims,
los Urmss pusieron pies en polvorosa desde su refugio
en Vera de Moncayo y llegaron hasta el actual Irán (entonces tierra de nadie) y
a Beocia (Grecia) donde se mezclaron, a pesar del mal olor, con las tribus
autóctonas. Fruto de este intercambio cultural se desarrollaron dos lenguas de
amplio contenido ecléctico, a saber: el avéstico y el beocio. Y es precisamente
en Beocia donde se han encontrado las pruebas de todo lo expuesto
principalmente en el interior de cuevas habitadas al parecer por Rodeznos,
animales mitológicos aunque reales, con los que no se explica como podían convivir y menos permanecer en su sano juicio.
Pero ¿cómo se juntan dos lenguas como el avéstico y el beocio siendo sus
asentamientos tan lejanos?. Y es aquí donde entra el
trabajo del sofista griego Olof Kurdas (Olof Kurdas) y su tesis histórica: según parece alrededor
del 900 a.C. (=8.000 d.B.) un amplio grupo de
ciudadanos de Farras (ciudad desaparecida hoy que se enclavaba posiblemente en
la actual Teherán), ante la prohibición de tomar etílico elemento y amargados
de la vida, deciden abrirse dirigidos por los afianzados pasos del profeta
Maromo y con la bendición del ayatolá Julaí (troceado
vivo pocos meses después de la llegada a Beocia por sus habitantes, en señal de
amistad).
Beocia, tierra de viñedos y canallas y con un
alto índice de mortalidad infantil resultó ser el caldo de cultivo ideal para
los seguidores de Maromo (posteriormente conocidos como Maromistas
Ortodoxos) por lo que decidieron asentarse de por vida y beber hasta al
amanecer, dejando de paso un impresionante legado cultural y artístico, única
actividad que realizaban con un mínimo de interés. Fruto de este intercambio
cultural de los dos pueblos nació el burriano clásico
con sus cuarenta y tres declinaciones a partir de las únicas siete palabras de
que disponían, que evolucionó fuera de cualquier tipo de previsión hasta
transformarse en el actual idioma bolinga, la lengua
más hablada ahora en el mundo después del chino.